Botnets IoT: qué son, cómo atacan y cómo protegerse

Última actualización: diciembre 23, 2025
Autor: Pixelado
  • Las botnets IoT son redes de dispositivos vulnerables infectados con malware y controlados de forma remota para lanzar ataques masivos.
  • Se aprovechan de contraseñas por defecto, firmware desactualizado y mala configuración para reclutar cámaras, routers y otros equipos conectados.
  • Sus principales usos son ataques DDoS, robo de datos, spam, fraude y minado ilícito de criptomonedas, con fuerte impacto económico y reputacional.
  • La prevención pasa por actualizar y segmentar redes, cambiar credenciales, usar soluciones avanzadas de seguridad y reforzar la formación en ciberseguridad.

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El crecimiento del Internet de las Cosas ha llenado nuestras casas y empresas de dispositivos conectados, pero también ha abierto la puerta a una de las amenazas más incómodas y silenciosas de la red: las botnets formadas por dispositivos IoT. Muchos aparatos funcionan aparentemente bien mientras, por detrás, están participando en ciberataques masivos sin que su propietario tenga ni idea.

Entender cómo operan estas redes de bots, qué impacto tienen en personas y organizaciones y, sobre todo, qué podemos hacer para evitar que nuestros equipos acaben “secuestrados”, es ya una cuestión de seguridad básica para cualquier usuario y empresa. En las siguientes líneas verás de forma detallada qué son las botnets, cómo aprovechan la debilidad del IoT, qué tipos de ataques permiten y qué medidas prácticas puedes aplicar para protegerte.

Qué es una botnet y por qué es tan peligrosa

Cuando hablamos de botnet nos referimos a una red de dispositivos conectados a Internet que han sido infectados con malware y pueden recibir órdenes de un atacante remoto, conocido como botmaster o bot herder. Cada aparato comprometido se convierte en un “bot” o “zombi” que obedece de forma automática.

Esta red no suele formarse con un único tipo de dispositivo; pueden ser ordenadores, móviles, tablets, routers, cámaras IP, DVR, smart TV, enchufes inteligentes, termostatos y prácticamente cualquier equipo con conexión a la red. El usuario sigue usando su dispositivo con normalidad mientras, en segundo plano, el atacante lo utiliza como pieza de una infraestructura delictiva.

El término botnet suele asociarse a algo negativo porque se usa, casi siempre, para actividades claramente ilícitas: ataques DDoS, envío masivo de spam, robo de datos, fraudes, minado ilegal de criptomonedas o alquiler de la propia botnet a otros delincuentes. Cuanto mayor es el número de equipos zombificados, mayor es la potencia de ataque y la dificultad para rastrear al responsable.

En lugar de atacar desde una sola máquina, el ciberdelincuente lanza sus acciones desde miles o millones de dispositivos repartidos por todo el mundo. Cada aparato aporta un poco de ancho de banda o de capacidad de proceso, lo justo para no levantar sospechas, pero en conjunto logran tirar abajo servicios enteros o vaciar bases de datos sensibles.

Cómo funcionan las botnets: anatomía y ciclo de infección

Para que una botnet sea útil al atacante necesita una infraestructura de mando y control (C2) que permita enviar instrucciones a todos los bots, recibir información robada y actualizar el malware. Esa estructura puede organizarse de varias maneras, cada una con sus ventajas y desventajas para el criminal.

En los modelos más clásicos se usa un servidor centralizado de comando y control: todos los dispositivos infectados se conectan al mismo punto para recibir órdenes. Es más sencillo de gestionar, pero también más fácil de desmantelar, porque si las fuerzas de seguridad localizan ese servidor, la botnet entera queda “decapitada”.

Para complicar la vida a los defensores, muchas redes modernas optan por arquitecturas escalonadas o totalmente descentralizadas. En las configuraciones en capas se emplean varios nodos intermedios que reparten las órdenes del botmaster, mientras que en las botnets peer-to-peer (P2P) cada bot puede actuar a la vez como cliente y como servidor, retransmitiendo comandos al resto. De este modo, cerrar un solo nodo no inutiliza la red.

Detrás de cualquier botnet hay, eso sí, un mismo ciclo de vida. Primero el atacante necesita un punto de entrada: explota vulnerabilidades, credenciales débiles o engaña a los usuarios mediante phishing o ingeniería social para acceder a los dispositivos. Después despliega la carga maliciosa, que suele estar diseñada para ocultarse, modificar configuraciones, desactivar antivirus o abrir puertas traseras.

Una vez el malware ha ganado persistencia, el equipo comprometido se conecta al servidor C2 o a la red P2P y pasa a formar parte de la infraestructura de la botnet, quedando a la espera de nuevas instrucciones. A partir de ahí, el operador puede activar el dispositivo cuando le interese, por ejemplo, para participar en un ataque coordinado de denegación de servicio o para lanzar campañas masivas de spam.

Por qué los dispositivos IoT son el objetivo perfecto

El auge del IoT ha traído consigo una explosión de aparatos conectados: desde cámaras y DVR hasta frigoríficos, bombillas o relojes inteligentes. Todo esto supone una superficie de ataque gigantesca para los ciberdelincuentes, que han encontrado en estos dispositivos un blanco mucho más fácil que los ordenadores tradicionales.

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Uno de los grandes problemas del IoT es que muchos productos se diseñan pensando más en el precio y la rapidez de salida al mercado que en la seguridad. De serie suelen traer contraseñas por defecto triviales, autenticación débil, servicios innecesarios expuestos a Internet y firmware que apenas se actualiza. En la práctica, es como dejar millones de puertas traseras sin llave repartidas por todo el planeta.

A esto se suma que en hogares y empresas conviven ya decenas de dispositivos inteligentes. Aunque solo una pequeña parte tenga fallos graves, el número total es tan grande que los atacantes pueden construir botnets masivas con un porcentaje mínimo de éxito. Muchos usuarios ni siquiera saben que esos aparatos necesitan mantenimiento de seguridad.

Además, los dispositivos IoT suelen estar conectados a la misma red que ordenadores, servidores, NAS o sistemas de control industrial. Si un atacante compromete, por ejemplo, una simple cámara IP con contraseñas por defecto, puede utilizarla como punto de apoyo para escalar dentro de la red interna y llegar a equipos mucho más críticos.

Por último, la propia naturaleza “discreta” del IoT juega a favor del ciberdelincuente: un termostato, un enchufe inteligente o una TV conectada no suelen estar monitorizados con el mismo nivel de detalle que un servidor corporativo, de modo que su actividad anómala pasa más desapercibida durante meses o años.

Tipos de ataques que permiten las botnets (incluyendo IoT)

Una vez construida la botnet, el atacante tiene a su disposición un abanico muy amplio de usos maliciosos. Muchos de ellos combinan la potencia de cálculo de los dispositivos y su capacidad de generar tráfico de red para saturar o engañar sistemas remotos.

El caso más conocido son los ataques de denegación de servicio distribuido (DDoS). Aquí, el botmaster ordena a todos los bots que envíen peticiones simultáneas a un servidor, web o API con el fin de agotar sus recursos. El resultado es que el servicio deja de estar disponible para usuarios legítimos, mostrando errores como el clásico “503 – Servicio no disponible”.

Otro uso habitual es el relleno de credenciales (credential stuffing). La botnet se emplea para probar de forma automatizada combinaciones de usuario y contraseña filtradas en otros servicios o listas de claves frecuentes. Cada bot ataca un conjunto distinto de cuentas o plataformas, lo que dificulta detectar el patrón y bloquear las IP de origen.

En el terreno del fraude también son frecuentes los ataques de spam, phishing y estafas publicitarias. Miles de dispositivos zombis envían correos basura, mensajes con enlaces maliciosos o simulan clics en anuncios para inflar de forma artificial métricas publicitarias, provocando pérdidas millonarias a anunciantes y plataformas.

Las botnets son igualmente una herramienta muy rentable para el minado ilícito de criptomonedas (cryptojacking). Cada dispositivo aporta una pequeña fracción de su CPU o GPU para minar monedas digitales. El propietario solo nota que su equipo va más lento o consume más electricidad, mientras el atacante acumula beneficios sin pagar ni hardware ni factura eléctrica.

Además, buena parte de estas redes se utilizan como canal para el robo de información, la distribución de ransomware o la venta y alquiler de la propia infraestructura. Existen auténticos mercados negros donde se alquilan botnets por horas para lanzar ataques dirigidos, realizar campañas de phishing o probar nuevas familias de malware.

Botnets IoT en acción: ejemplos y casos reales

Algunas botnets basadas en IoT se han hecho tristemente famosas por su alcance y por el impacto que han tenido sobre servicios esenciales de Internet. Probablemente la más conocida sea Mirai, descubierta en 2016, que se aprovechaba de credenciales por defecto en cámaras y otros dispositivos para tomar el control de ellos.

Mirai llegó a reclutar cientos de miles de equipos y se utilizó para derribar un importante proveedor de DNS, afectando a webs y servicios tan populares como Twitter, Netflix o CNN. Países enteros, como Liberia, y grandes bancos también sufrieron interrupciones. Cuando su código fuente se filtró públicamente, surgieron multitud de variantes basadas en la misma idea.

Otras familias relevantes en el mundo IoT son Kaiten, Reaper (IoTroop), Mozi o Hajime. Algunas de ellas introdujeron arquitecturas P2P, técnicas avanzadas de ofuscación y módulos específicos para eliminar malware de la competencia presente en el dispositivo, de forma que su propia botnet se quedase con el “control exclusivo”.

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Incluso vulnerabilidades muy concretas en dispositivos aparentemente menores han sido aprovechadas para fines masivos. Investigaciones de seguridad han detectado, por ejemplo, fallos sin parchear en cámaras IP que permitían inyección de comandos y ejecución remota de código. Estos huecos se utilizaron para incorporar esos modelos específicos de cámara a botnets dedicadas a ataques DDoS.

Los incidentes no afectan solo a empresas tecnológicas. Se han documentado ataques DDoS de botnet contra partidos políticos, ministerios, ayuntamientos, entidades financieras y negocios de todo tipo. En muchos casos, el origen del tráfico era una mezcla de ordenadores, routers domésticos y dispositivos IoT repartidos por diferentes países.

Impacto de las botnets y ataques DDoS en empresas y usuarios

Cuando una organización se convierte en objetivo de una botnet, las consecuencias pueden ir mucho más allá del corte puntual de un servicio. A nivel técnico, un ataque DDoS sostenido puede paralizar webs corporativas, portales de clientes, APIs, VPN, servicios de correo o incluso sistemas internos, generando pérdidas directas de productividad e ingresos.

En paralelo, si la botnet está orientada al robo de datos o se utiliza para desplegar otro malware, el impacto puede incluir filtraciones de información confidencial, robo de credenciales, fraude financiero y sanciones regulatorias por incumplir normas de protección de datos. Para muchas compañías, sólo el coste de notificar una brecha de seguridad ya es enorme.

No hay que olvidar el daño a la reputación. Un incidente grave que se vincule públicamente a una botnet puede hacer que clientes, proveedores e incluso inversores pierdan confianza en la empresa. Recuperar esa credibilidad suele requerir inversiones significativas en auditorías, nuevas soluciones de seguridad y comunicación corporativa.

Desde el punto de vista del ciudadano, el problema tampoco es menor. Un usuario particular puede ser víctima tanto de robos de identidad y fraudes online como de la utilización de sus propios dispositivos como “carne de cañón” de una botnet sin que lo sepa. Además de pagar la factura eléctrica inflada o sufrir un equipo que va lento, se ve involucrado indirectamente en actividades delictivas.

Por si fuera poco, numerosas empresas reconocen que se sienten poco preparadas. Estudios recientes muestran que una gran parte de las organizaciones han sufrido incidentes de ciberseguridad en los últimos años, pero el porcentaje del presupuesto tecnológico dedicado a seguridad sigue siendo relativamente bajo, lo que deja un margen amplio para que las botnets sigan haciendo de las suyas.

Cómo detectar que un dispositivo o red puede estar en una botnet

Las botnets están diseñadas para pasar desapercibidas, pero aun así dejan señales. En entornos corporativos, uno de los indicadores más claros es la aparición de picos de tráfico inusuales, especialmente hacia direcciones IP o países poco habituales, y que se producen fuera del horario normal de trabajo.

En ordenadores y servidores individuales, es frecuente notar una ralentización marcada del sistema, aplicaciones que tardan mucho en responder o ventiladores funcionando a toda velocidad sin una causa aparente. En dispositivos IoT, que suelen tener recursos limitados, esto se traduce en bloqueos esporádicos, reinicios o fallos extraños en sus funciones.

Revisar los registros de acceso y de sistema también ayuda. Conexiones entrantes o salientes desde direcciones IP desconocidas, intentos de inicio de sesión repetidos, cambios de configuración inesperados o desactivación del antivirus o del firewall son señales de alarma que conviene investigar cuanto antes.

En redes más vigiladas, las soluciones de seguridad avanzadas suelen generar alertas continuas cuando detectan patrones de comportamiento anómalos. Aunque a veces puedan parecer falsos positivos, ignorar sistemáticamente estas advertencias puede significar dejar activa una botnet en la sombra.

Incluso a nivel de usuario doméstico, hay pistas: movimientos raros del cursor, ventanas de chat que aparecen de la nada, cargos extraños en la cuenta bancaria, sesiones abiertas en redes sociales que el usuario no ha iniciado o una cantidad inusual de correos de spam enviados desde su dirección pueden indicar que algo está controlando su equipo a distancia.

Qué hacer si sospechas que hay una botnet en tu sistema

Cuando hay indicios de infección, lo más importante es actuar rápido para contener la posible propagación y limitar los daños. En primer lugar, conviene desconectar de la red los dispositivos sospechosos, ya sea apagándolos o aislándolos en una VLAN separada, para cortar la comunicación con el servidor de mando y control.

El siguiente paso es realizar un escaneo completo con herramientas de seguridad actualizadas. En muchos casos será necesario utilizar soluciones especializadas capaces de detectar familias concretas de malware de botnet, ya que suelen estar bastante ofuscadas y pueden esconderse de los antivirus genéricos.

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En entornos empresariales, es fundamental llevar a cabo una auditoría de seguridad en profundidad para determinar hasta dónde ha llegado la infección: qué sistemas han sido afectados, qué datos podrían haberse filtrado y qué vulnerabilidades se han explotado. Esta información será clave para reforzar las defensas a futuro.

Analizar con detalle los registros de red y de actividad puede ayudar a reconstruir el ataque: cuándo se produjo el compromiso inicial, con qué IPs se comunicaban los bots, qué comandos recibían. Todo esto es útil tanto para ajustar reglas de firewall como, llegado el caso, para colaborar con las fuerzas de seguridad.

Si el incidente es complejo o afecta a sistemas críticos, es muy recomendable contar con apoyo profesional especializado en respuesta a incidentes. Los equipos de ciberseguridad con experiencia en botnets y DDoS pueden acelerar la recuperación, minimizar el impacto y ayudar a implementar estrategias de mitigación más robustas.

Medidas esenciales para prevenir botnets en IoT y otros dispositivos

La mejor defensa contra las botnets pasa por reducir al máximo la superficie de ataque y dificultar el trabajo a los criminales. Un punto básico es mantener actualizados el sistema operativo, el firmware y todo el software de seguridad, incluidas soluciones antimalware y sistemas de detección de intrusiones.

En el caso concreto de IoT, es vital cambiar siempre las credenciales predeterminadas de fábrica por contraseñas robustas y únicas. Nada de “admin/admin” o similares. Además, conviene desactivar servicios que no se necesiten (por ejemplo, Telnet) y cerrar puertos expuestos a Internet que no sean imprescindibles.

Otra buena práctica es aplicar segmentación de red: colocar los dispositivos IoT en una red o VLAN separada de los sistemas más críticos. Así, si uno de ellos es comprometido, se limita la capacidad del atacante para moverse lateralmente y acceder a servidores o estaciones de trabajo internas.

En el plano del acceso, resulta muy recomendable combinar contraseñas fuertes con autenticación multifactor (MFA) en cuentas y servicios sensibles. Esto dificulta en gran medida que un atacante pueda reutilizar credenciales robadas mediante phishing, keyloggers o relleno de credenciales.

Por último, la capa humana es clave: la formación periódica de usuarios y empleados en ciberseguridad básica ayuda a reducir el éxito de campañas de phishing, a detectar enlaces sospechosos antes de hacer clic y a interiorizar la importancia de no instalar software de origen dudoso ni abrir adjuntos sin verificar.

Herramientas técnicas y estrategias avanzadas de defensa

Más allá de las medidas básicas, las organizaciones con cierta exposición deberían apoyarse en firewalls de nueva generación, sistemas de prevención de intrusiones (IPS) y soluciones específicas de mitigación de DDoS. Estas tecnologías permiten filtrar tráfico malicioso, bloquear conexiones a servidores de comando y control conocidos y absorber picos de peticiones durante un ataque.

Existen también servicios especializados, tanto en la nube como on‑premise, que ofrecen protección dedicada frente a DDoS y tráfico de bots. Funcionan analizando el flujo de datos, diferenciando entre usuarios legítimos y tráfico automatizado y aplicando técnicas de limitación, verificación o redirección según la gravedad del ataque.

El uso de soluciones de monitorización continua y análisis de comportamiento basadas en inteligencia artificial ayuda a detectar patrones anómalos en las redes y en los dispositivos IoT. Estos sistemas aprenden lo que es “normal” en cada entorno y disparan alertas cuando detectan desviaciones significativas que podrían indicar la presencia de una botnet.

Para quienes gestionan grandes infraestructuras, resulta igualmente útil implementar herramientas de supervisión de superficie de ataque que identifiquen puertos expuestos, servicios mal configurados, firmware desactualizado u otros vectores que los atacantes podrían explotar en masa.

Por último, es importante que los fabricantes de IoT adopten un enfoque de “seguridad por diseño” incorporando autenticación robusta, actualizaciones automáticas y auditorías de código desde el inicio del desarrollo de productos. Aunque el usuario final pueda reforzar la protección, muchas decisiones clave se toman en la fase de ingeniería del dispositivo.

Las botnets basadas en IoT son hoy una pieza central del ecosistema delictivo en Internet y se nutren, en gran medida, de dispositivos mal configurados y poco mantenidos. Conocer cómo se forman, qué tipos de ataques permiten y qué señales dejan en tu red facilita detectar sus movimientos y cortarles el paso. Aplicar actualizaciones, cambiar credenciales por defecto, segmentar redes, usar soluciones de seguridad adecuadas y fomentar la concienciación de usuarios son pasos asumibles que marcan una diferencia enorme a la hora de evitar que tus dispositivos acaben convertidos en zombis al servicio de un botmaster.

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